¿Cómo abordar el padecer del cuerpo?

Por Fernando Orduz

No quiero responder al padecer del cuerpo reduciéndome a abordar alguna patología en particular que dé cuenta de cómo lo inconsciente toma la vía del soma para buscar una expresión que no encuentra articulación simbólica en la Psique.

Tampoco quiero caer en la discusión centenaria que aborda la división cuerpo y alma y hablar de cómo el cuerpo opera como presente y la Psique como evocación de ese presente, es decir de una re-presentación.

Si a algún padecer quiero referirme, es a ese que percibo cada vez que abro la puerta de la intimidad a algún extraño que me interroga, o al que interrogo: ¿Qué te pasa?

Se padece, no sé si desde el alma, desde el cerebro o desde el cuerpo. De hecho no sabría exactamente a qué refiere la noción de cuerpo. No he podido definirlo, pero es algo que está, tal vez podría decir que es la evidencia tangible de mi ser. Podría jugar a decir que es una extensividad en la que el sentir se despliega, una sensación dérmica superficial que denota un contacto. También podría quedarme pensando  que es una superficie que puede devenir envoltura y tomar diversas formas volumétricas con el paso del tiempo. En ocasiones pienso que es una virtualidad,  una imagen que observo al espejo y que me devuelve la ilusión de una unicidad. En otras, una percepción  que constato cada tiempo en la enfermedad o en el amar, es decir, una intensidad o una magnitud que emerge al traspasar un cierto umbral. Tal vez ahí radica el interés de lo que quisiera desentrañar, ese padecer que proviene del sentir, o ese sentir que me hace ser, o me hace preguntar ¿Para qué ser?¿Para pade-ser?

Quisiera decir que soy cuerpo,  no que tengo un cuerpo donde se expresa mi psique y perderme en la seguridad teórica de una muy estudiada correlación psique-soma, pienso mas bien en una acción corporal. Se padece por el simple hecho de vivir.***

Resalto la palabra paciente  porque la palabra padecer, la palabra pasivo, la palabra pasión y la palabra paciente,  tienen la misma  raíz: Pati-patior. Somos poseídos por la pasión que pacientemente nos lleva a pedir explicación sobre algo que nos pasa o nos sobre-pasa.

Quisiera decirlo en verso:

Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero porque no muero. (1)

Cito a otro porque padezco, porque soy pasivo a la palabra del otro, porque el otro me pasa, porque la palabra o la presencia del otro me pesa. Lo digo así porque quisiera quedarme con una idea de padecer del cuerpo que se une al ritmo de la presencia ausencia de la existencia del otro, sin pretender darle un espacio específico como geo-grafía o geo-metría al cuerpo. Quisiera pensar el cuerpo mas allá de su asociación a medida o descripción de una extensión.

Padecer sería la existencia del cuerpo, en esa inquietante sensación que deja  el vivir, en esa sensación que nos sobrepasa cada tanto en magnitudes de afecto, dolor de ser, aunque si me pongo estricto uno no podría hablar de dolores de la psiqué porque el sentimiento que incumbe al cuerpo es el dolor. Un juego de sustituciones nos ha llevado a hablar de dolor del alma.

Enunciación que planteó Freud, cuando empezaba a padecer el pathos cancerígeno:

…no dejará de tener su sentido que el lenguaje haya creado el concepto del dolor interior, anímico, equiparando enteramente las sensaciones de la pérdida del objeto al dolor corporal…(Inhibición, Síntoma y Angustia)

Porque siguiendo a ese mismo Maestro que nos apasiona con el peso pasional de su palabra, el dolor del alma a diferencia del corporal (más Narciso) conlleva la presencia del otro:

El paso del dolor corporal al dolor anímico corresponde a la mudanza de investidura narcisista en investidura de objeto. (Inhibición, Síntoma y Angustia)

Se padece al nacer, pero padecen los dos, la madre que contiene la vida latiendo en su vientre y el pequeño cuerpo que grita cuando emerge. Padece el paciente que ingresa al consultorio, pero también padece el analista que sostiene el dolor del alma, sin poder gritar, o dejando que su cuerpo grite silentemente.

Algo nos agrede en la demanda del paciente que nos solicita paliativos para su dolor, para su sufrimiento

Recuerdo que Agredir viene del latín gressus, que refiere al paso, agredir es ir hacia otro, los derivados de la pulsión avanzan, su gradiente aumenta de intensidad, pasa de un estado al otro transgrede, agrede. Pero si la agresión no hace transgresión la dinámica lleva a la regresión, al paso atrás, aparentemente  dejamos de padecer  si no se avanza un paso cual Gradiva.

Dolor de amar, dolor de muerte.

Ese es el pade-ser que me interesa. ese acontecer donde los dos sentires se difuminan.

Dice el párrafo inicial de un libro que recuerdo en este momento:

Como a Rosario Tijeras le pegaron un tiro a quemarropa mientras daba un beso, confundió el dolor del amor con el dolor de la muerte. (2)

La suave caricia  del roce amoroso (que anima al desválido y desértico cuerpo de Benedetti) deviene lacerante en su intensa presencia o en su intensa ausencia. O la tenaz y lacerante ausencia puede ser contenida por la contención corpórea o incorpórea de un abrazo.

La intensidad del sentir sobrepasa un umbral, la pulsión roza la superficie intersticial que separa los planos topográficos, su magnitud, su moción, deviene e-moción, estalla como un sentir que recorre la superficie de la existencia. Así mas o menos describe el neurofisiólogo que devino psicofisiólogo la dinámica del dolor.

Dice Freud: He aquí el único contenido seguro: el hecho de que el dolor -en primer término y por regla general- nace cuando un estímulo que ataca en la periferia perfora los dispositivos de la protección antiestímulo y entonces actúa como un estímulo pulsional continuado, frente al cual permanecen impotentes las acciones musculares, en otro caso eficaces, que sustraerían del estímulo el lugar estimulado. En nada varía la situación cuando el estímulo no parte de un lugar de la piel, sino de un órgano interno; no ocurre otra cosa que la sustitución de la periferia externa por una parte de la interna. Es evidente que el niño tiene ocasión de hacer esas vivencias de dolor, que son independientes de sus vivencias de necesidad. Ahora bien, esta condición genética del dolor parece tener muy poca semejanza con una pérdida del objeto; es indudable que en la situación de añoranza del niño falta por completo el factor, esencial para el dolor, de la estimulación periférica. Sin embargo, no dejará de tener su sentido que el lenguaje haya creado el concepto del dolor interior, anímico, equiparando enteramente las sensaciones de la pérdida del objeto al dolor corporal. (Inhibición, Síntoma y Angustia)

Padecemos tras la presencia del otro en nuestras vidas. Equiparamos la presencia-ausencia del otro a una sensación corporal. Su presencia hace piel, su presencia abraza; a alguna paciente le oí decir alguna vez que no le importaba tanto lo que le dijera sino el sonido de la voz, el arrullo materno. Pero si la presencia del otro es piel presencia-abrazo-arrullo , la ausencia del otro lacera, desolla, despelleja, aunque también podría decir que es la presencia del otro la que también deshace la piel que me cubre.


(1) Santa Teresa de Jesús. Poesías. Aguilar, Colección Crisol, 1957.

(2) Jorge Franco. Tijeras. Ed. Norma, Rosario, 1999.

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